La promesa para Abraham estaba dada y sellada, una descendencia como la arena del mar, como las estrellas del cielo, una descendencia que nadie pudiera contar.
Pero el problema es que esta promesa llego cuando Abraham era viejo y sin hijos, por lo tanto su primer pensamiento fue:
“Para que me das, si lo que yo reciba va a ser para mi siervo”
En este pensamiento podemos ver la envidia de Abraham, el lo quería para sí, el no quería para el prójimo, además no le estaba creyendo a Dios.
Dios le dijo que sería un hijo de su propia semilla y de Sara, pero ante su vejes y la insistencia de su mujer fue a ayudar a Dios y tuvo un hijo de una esclava; su segundo pensamiento debió haber sido:
“Ayúdate a ti mismo, que al fin y al cabo tu Dios es todopoderoso, (algo contradictorio)”
Aquí, podemos ver que el pensamiento de Abraham evoluciono, ya creía que podía tener un hijo, pero no de Sara, por lo tanto había que ayudarle a Dios, pero este no era el pensamiento de Dios.
Pero a los 100 años por fin llega el hijo de la promesa, por fin llega el hijo amado, el que habría de cumplir la promesa de Dios.
Pero ahora Dios es quien lo pide, Dios es quien quiera la vida de Isaac, la vida del único hijo de Abraham, la vida del hijo que tanto ama y además lo quiere degollado y quemado.
Los años han pasado en Abraham, las fallas se han acumulado, las frustraciones pudieron crecer, pero de pronto nació algo en el, se convirtió otra vez en padre y engendro algo que se llama fe, pues cuando recibió esta orden su pensamiento fue:
“Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos”.
Por cierto él no tenía referencia de lo que era la resurrección, pero eso no importaba, pues ahora él, era: el Padre de la Fe.